Por: Reisen Kast
Había una vez dos antiguos amigos, habían nacido y crecido en el mismo pueblo, pero por circunstancias ajenas a ellos, debieron separarse, así, ambos terminaron en lugares muy distintos, cada uno con sus respectivas costumbres y tradiciones.
Uno era un gran comerciante, traía telas y especias de todas partes del mundo, el otro era un ebanista cuyas manos trabajan de una forma maravillosa, las maderas mas finas de los lugares más recónditos del planeta.
Un día, en uno de sus viajes el comerciante llego a la lejana ciudad donde estaba su amigo, y quiso el destino que se encontrasen. Al reconocerse ambos charlaron y bebieron, contando sobre como habían sido sus vidas desde que se separaron.
El comerciante al ver la habilidad de su amigo le dijo lo siguiente:
-Querido amigo, pronto será el cumpleaños de la más pequeña de mis hijas y quisiera darle de regalo una hermosa cama de madera como las que elaboras, te propongo lo siguiente: En este momento no traigo el suficiente oro para pagarte pero, si estas de acuerdo, te enviare el dinero tan pronto llegue a mi hogar.
El ebanista no queriendo desconfiar de su amigo aceptó. Así el comerciante se despidió y se llevo la fina cama de madera entre toda su mercancía, con la promesa de enviar el pago a su amigo en cuanto llegara a casa.
Pasaron casi 4 meses cuando finalmente un mensajero llego a casa del ebanista cargando una bolsa, el ebanista le recibió y el mensajero dijo:
-Se me ha enviado a entregarte esto, es la paga acordada por tu excelente trabajo.
Una vez dicho esto el mensajero se fue sin esperar la más mínima contestación.
El ebanista abrió la bolsa de cuero y cual fue su sorpresa...
-¡¿Cristal?!, ¿Dónde esta el oro?, ¡Me ha timado!
Tomo la bolsa y enfurecido tomo su caballo más veloz, y decidió partir en busca del mensajero, así galopo en su caballo por horas y horas hasta que se canso y paró en un pueblo cercano donde decidió beber algo para refrescarse y seguir su jornada.
Y fue ahí donde se encontró con uno de sus clientes, al verlo en tan mal estado decidió invitarlo a su casa, donde comieron y bebieron, después el ebanista comenzó a contarle sobre como había llegado hasta su poblado.
-¡¿Cristales?! ¡¿Quien se cree que soy para burlarse de mí de esa forma?!
_¿Cristales has dicho?
-¡Si! ¡Insignificantes cristales!
_Déjame ver...
Y cuando abrió la bolsa se echo a reír a carcajadas...
-¡¿Tú también te burlas de mi desgracia?!
_No, pero si no hay ninguna desgracia para burlarse, no son cristales, son diamantes
-¿Diamantes?, No entiendo...
_Verás, son un unas piedrecitas muy valiosas, raras de ver por estas regiones, pero igual de valiosas, son joyas, y puedo apostarte que en esa bolsa hay por lo menos el mismo valor que el oro que acordaron como pago.
¿Cuantas veces nos hemos enfadado por creer que hemos sido timados por otra persona?, en especial por aquellos en quienes confiamos, cuando en realidad a veces se trata de simples malentendidos, pensamos que recibimos menos de lo que damos, pero en ocasiones, recibimos lo mismo o más, pero de otra manera, lo importante es siempre aclarar las cosas, y no saltar a conclusiones
Jajaja bien, digo cómo no se dio cuenta que eran diamantes pero el mensaje es lo valioso je :D
ResponderEliminarSupongo que porque no los conocía
ResponderEliminar¿Cómo no va a conocer los diamantes? Jeje bueno le daré el beneficio de la duda.
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