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miércoles, 4 de enero de 2012

El oro de los tontos

He aqui otra historia de oro y diamantes, espero les guste
Por: Reisen Kast




Se dice que hubo una vez un hombre muy intrépido que gustaba de recorrer el mundo en busca de aventuras y riquezas, y aunque casi siempre hallaba las primeras, las segundas le eran más bien escasas, con algunas muy pequeñas excepciones.


Un día el aventurero escucho que en el norte de América, se habían encontrado grandes depósitos de oro, y que cientos y cientos que llegaban como trabajadores, se iban como grandes magnates y millonarios, por lo que se decidió a ir y probar su suerte en la llamada fiebre del oro.


Llego al lugar en cuestión, y vio que casi todo estaba plagado por otros tantos que, como él, habían llegado con la esperanza de volverse ricos de la noche a la mañana, así que decidió caminar por los alrededores en busca de un lugar más tranquilo para trabajar.


Camino durante un buen rato hasta que llego a un cañada, y en el fondo vislumbro un brillo dorado que reflejaba los rayos del sol, salto las rocas y se apresuro a ver lo que había en el fondo, el fondo de la cañada estaba cubierta por agua pero su profundidad era mínima, un par de pies a lo mucho, pero la corriente de agua empujaba con cierta fuerza. Se acerco más y vio que en fondo había un enorme trozo dorado brillando, era más grande que el puño de un hombre adulto, y su brillo destellaba al compás de los movimientos del agua.


-¡Oro! - Exclamo, e inmediatamente se cubrió la boca esperando que su arranque de emoción hubiera pasado desapercibido.-


Trato de sacarlo del fondo de la cañada, pero estaba bien sujeto al fondo, y no contaba con las herramientas necesarias ya que jamás creyó, encontrar oro y menos de ese tamaño en su primer vistazo. Pensó en ir por sus herramientas y regresar, pero temió que mientras se ausentaba alguien más lo hallara, con la misma facilidad que el, y se lo llevara primero.


Fue entonces cuando recordó que tenia un diamante en su bolso. Era un diamante de considerable tamaño y su único recuerdo de una expedición en Egipto y llevaba años con el, hasta cierto punto le había ganado cierto afecto. Alguna vez había pensado en venderlo pero debido a su utilidad y en cierta forma al aprecio que le tenia, poco a poco había desechado esa idea.


Por la dureza de su composición, lo usaba para las más diversas tareas, a veces la hacia de cuchillo, otras de martillo y de los usos mas descabellados que se pudiera pensar para una piedra de ese valor, pero al ser prácticamente indestructible la joya permanecía sin la más mínima ralladura, en más de una ocasión había demostrado ser de gran utilidad, por lo que siempre lo llevaba consigo.


Sacó a su fiel acompañante y comenzó a desgastar con su borde los trozos de roca que prensaban al pedazo de oro, y poco a poco la roca fue cediendo, hasta que después de varios minutos, la roca termino por ceder y el gran trozo de metal dorado salió por completo, para su mala suerte, en ese momento, una inoportuna corriente lo golpeo arrastrando consigo al diamante y a su trozo de oro, apenas, se puso en pie se abalanzo sobre el la gran pepita, y aunque lo intento no pudo atrapar al diamante, corrió corriente abajo durante algunos minutos, pero fue en vano, el diamante no aparecía por ninguna parte.


Se sintió un poco triste de perder aquella joya, pero se reconforto con su nuevo hallazgo, con esa cantidad de oro, un hombre puede retirarse y dedicarse a una vida de ocio y contemplación, el sacrificio parecía haber valido la pena, se decía a sí mismo.


Regreso al pueblo, donde ya todos empezaban a dar por concluida su jornada, disponiéndose a descansar para intentar mejor suerte al día siguiente. Entró al taller de un joyero y sacando de su bolso el gran trozo dorado, pregunto:


-¿Cuánto ofrece por él?


El joyero lo examino cuidadosamente, y le respondió firmemente


_Dos dólares
-¿Esta usted loco?, ¡Por una pieza de oro de una decima parte de ésta se paga más de 100 veces ese precio!
_Así es, pero lo que usted tiene ahí no es oro amigo mío, es pirita, brilla como el oro, pero no lo es, le llaman el Oro de los tontos.


El hombre sintió que el mundo se le venia encima, había perdido su valiosísimo diamante por una insignificante piedra de hierro y azufre.


Deprimido por su impertinencia, se dispuso a beber para consolarse, hasta que su estado pasó de triste a verdaderamente lastimoso. En su embriaguez contó a todos en el lugar la historia de como había perdido un diamante por un trozo de falso oro.


Fueron pasando los días, y en ocasiones, podía verse por la cañada a aquel hombre buscando el diamante que perdió. La gente en el pueblo se refería a él, en cierto tono jovial como "Quien perdió un diamante, mientras estaba muy ocupado recolectando piedras".

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