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domingo, 27 de octubre de 2013

Los Zapatos del Campesino

Un estudiante universitario salió un día a dar un paseo con un profesor, a quien los alumnos consideraban su amigo debido a su bondad para quienes seguían sus instrucciones.

 Mientras caminaban, vieron en el camino un par de zapatos viejos y supusieron que pertenecían a un anciano que trabajaba en el campo de al lado y que estaba por terminar sus labores diarias.
 El alumno dijo al profesor:

"Hagámosle una broma; escondamos los zapatos y ocultémonos detrás de esos arbustos para ver su cara cuando no los encuentre".

 Mi querido amigo - le dijo el profesor - nunca tenemos que divertirnos a expensas de los pobres. Tú eres rico y puedes darle una alegría a este hombre. 
 Coloca una moneda en cada zapato y luego nos ocultaremos para ver cómo reacciona cuando las encuentre. 

 Eso hizo y ambos se ocultaron entre los arbustos cercanos.

 El hombre pobre, terminó sus tareas, y cruzó el terreno en busca de sus zapatos y su abrigo.  Al ponerse el abrigo deslizó el pie en el zapato, pero al sentir algo adentro, se agachó para ver qué era y encontró la moneda. Pasmado, se preguntó qué podía haber pasado. Miró la moneda, le dió vuelta y la volvió a mirar. Luego miró a su alrededor, para todos lados, pero no se veía a nadie. La guardó en el bolsillo y se puso el otro zapato; su sorpresa fue doble al encontrar la otra moneda. Sus sentimientos lo sobrecogieron; cayó de rodillas y levantó la vista al cielo pronunciando un ferviente agradecimiento en voz alta, hablando de su esposa enferma y sin ayuda y de sus hijos que no tenían pan y que debido a una mano desconocida no morirían de hambre.

 El estudiante quedó profundamente afectado y se le llenaron los ojos de lágrimas.

 Ahora- dijo el profesor- ¿no estás más complacido que si le hubieras hecho una broma?

 El joven respondió:

"Usted me ha enseñado una lección que jamás olvidaré. Ahora entiendo algo que antes no entendía: es mejor dar que recibir".

sábado, 21 de septiembre de 2013

Lo malo se hace bueno


Una vez un campesino chino, pobre y muy sabio, trabajaba la tierra duramente con su hijo.
 Un día el hijo le dijo: "Padre, ¡qué desgracia! Se nos ha ido el caballo."
 "¿Por qué le llamas desgracia? - respondió el padre, veremos lo que trae el tiempo..."

 A los pocos días el caballo regresó, acompañado de otro caballo.

 "¡Padre, qué suerte! - exclamó esta vez el muchacho, nuestro caballo ha traído otro caballo."
 "¿Por qué le llamas suerte? - repuso el padre, veamos qué nos trae el tiempo."

 En unos cuantos días más, el muchacho quiso montar el caballo nuevo, y éste, no acostumbrado al jinete, se enfurecio y lo arrojó al suelo. E muchacho se quebró una pierna.

 "Padre, qué desgracia! - exclamó ahora el muchacho - ¡Me he quebrado la pierna!"
 Y el padre, retomando su experiencia y sabiduría, sentenció:
 "¿Por qué le llamas desgracia? Veamos lo que trae el tiempo!"

 El muchacho no se convencía de la filosofía del padre, sino que se quejaba en su cama.

Pocos días después pasaron por la aldea los enviados del rey, buscando jóvenes para llevárselos a la guerra. Vinieron a la casa del anciano, pero como vieron al joven con su pierna entablillada, lo dejaron y siguieron de largo.
 El joven comprendió entonces que nunca hay que dar ni la desgracia ni la fortuna como absolutas, sino que siempre hay que darle tiempo al tiempo, para ver si algo es malo o bueno.

 La moraleja de este antiguo consejo chino es que la vida da tantas vueltas, y es tan paradójico su desarrollo, que lo malo se hace bueno, y lo bueno, malo. 

Lo mejor es esperar siempre el día de mañana, pero sobre todo confiar en que todo sucede con un propósito positivo para nuestras vidas.